La comunidad educativa, en especial el grupo de menores y adolescentes, son una población muy
susceptible de verse afectada por el impacto de una situación de estas características debido,
entre otros factores, a que su cerebro se encuentra en fase de desarrollo, lo que provoca que
cualquier evento estresante que no sea adecuadamente procesado afectará a todas aquellas
habilidades/destrezas/funciones que aún se encuentren en desarrollo, produciendo un efecto a
medio-largo plazo. Las consecuencias pueden no ser evidentes u observables hasta la edad adulta.
Las experiencias estresantes como la que acabamos de vivir a causa del COVID-19 tienen un fuerte impacto en nuestro cerebro. Este no es capaz de procesarlas (“digerirlas”) como el resto de vivencias del día a día, por la elevada carga emocional que suponen, por lo que pueden provocar tensión y malestar incluso una vez que la situación ya ha terminado.
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