En algún momento, muchos padres hemos vivido esa situación abrumadora y desconcertante que pone
a prueba el control de nuestras propias emociones ante el comportamiento de los más pequeños, cuando
nos sorprenden con una de sus temibles pataletas. Entonces, los nervios se nos ponen a flor de piel y,
sobre todo, salta la alarma cuando el espectáculo se hace público y los que están a nuestro alrededor suelen
comentar: «¡Déjalo pobrecito!» o «¡Qué padres tan agresivos!».
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